La democracia no es demoscopia
La democracia de calidad abraza, ímpetu, interés, el compromiso de promover una nueva actitud con una nueva mentalidad en materia político electoral. La cultura hace pueblos democráticos, cuestionarles qué tipo de cultura quieren es ocioso, la cultura tiene un espacio: México; tiene un tiempo: el siglo XXI. La política es la clave. El reto no es fácil, por supuesto, se trata de convocar a la participación de todos, esa idea es incluyente y vivificante. Revisemos los signos. Sin duda la relación entre elecciones y democracia, es indisoluble, sin competencia electoral no hay democracia. Las elecciones competitivas constituyen el rasgo distintivo de la democracia y fuente legitimadora de los sistemas políticos. El voto requiere de la información, los datos de quienes y por qué luchan por la conquista del poder público. En esta guisa la cultura y la educación son dos condiciones indispensables para el funcionamiento regular de la democracia. La educación del ciudadano es el método que permite vivir y convivir en democracia; dota al ciudadano de las armas y la capacidad de actuar responsablemente al amparo de su espíritu cívico.
Desarrollar la educación para la democracia requiere desarrollar todo un discurso para la práctica de los valores; valores que no aparecen por obra del espíritu santo, tampoco es el caso de la sola transmisión de creencias, saber o conocimientos, más bien se trata de empeños para crear hábitos deseables para la colectividad, conductas sociales cuya base sea el respeto, la tolerancia, ver al otro como a sí mismo; promover el compromiso con la democracia y la libertad. Capacitar a los ciudadanos para que participen en su comunidad de manera comprometida, que hagan uso de la razón pública, sustentada en valores de la razón privada; que hagan uso del lenguaje público para satisfacer las necesidades. La convivencia responsable otorga un valor fundamental a la palabra, los pactos se cumplen, el respeto es generoso, sólo que para ello es necesario poseer un conocimiento de alcances colectivos e históricos. Es necesario educar para procesar y discriminar el consenso y el disenso que son dos caras de la misma moneda. Se trata de que la persona asuma su ciudadanía en forma activa pero también creativa, de manera que se produzca el desarrollo de sí mismo. Esto es el garante de poder enfrentar con éxito la caducidad que viven las sociedades actuales, en la que la evasión del ser es un hecho que ya no sorprende. En este contexto se puede y se debe ir cambiando en la permanente búsqueda de una organización social que posibilite la mejor calidad de vida para cada persona, habida cuenta de preparar a un ciudadano participativo desde las modestas trincheras del hogar, el trabajo, la calle, desde el pequeño espacio de cada uno.
La educación política del ciudadano es permanente, la educación cívica debe ser válida para todos los ciudadanos, es decir, debe tener el carácter general, para lo cual debe tener como fundamento los valores universales del ser humano. La formación implica conocimiento y como saber atiende subjetividades y objetividades, situaciones teóricas y prácticas, ello acrisolado logra la armonía. El complemento de la educación para la democracia es la posibilidad que tiene cada ciudadano de asumir en plenitud lo que la constitución le ofrece como derechos y obligaciones. Lograr que la democracia sea una forma de vida, es el reto. No se trata sólo del hecho de acudir a la cita periódica con las urnas. La realidad se padece, no nos engañemos:
No hay educación integral para la democracia; la democracia no es sólo el procedimiento; no hemos desarrollado la vida política en sí, hemos privilegiado la mercadotecnia política. Se requiere combatir la indiferencia cívica, el desinterés se muestra en el no cumplimiento de los deberes cívicos, en la despreocupación por la marcha de los asuntos de la comunidad y en la realización de acciones que entorpecen la búsqueda del bien colectivo, los valores de la convivencia, en la formación de hábitos democráticos y la cultura ciudadana. La democracia no sobrevivirá a través del tiempo sino se transmiten los valores que la sustentan. Nada podemos hacer si antes no se atiende de manera clara y contundente los valores de la democracia, la asignatura pendiente: educación y cultura.
El cambio y la transformación social, la solución de los problemas colectivos, se procesan por vía de políticas públicas, proyectos, programas, intenciones e impulsos capacitados para servir al otro. Atender al otro es la clave para que la cultura sean las venas de un corazón equilibrado, una mente lúcida, un impulso popular coherente. El pueblo debe expresarse en las decisiones, por supuesto, pero por vía de la participación y el debate, debe hacerse cargo de la vida compartida. Pero debatir y decidir dista mucho de participar en el juego del tío Lolo.
Por: Ignacio Ruelas